viernes, 19 de noviembre de 2010

Décimo día.

Hoy, de nuevo, "El penúltimo sueño".

"Se dio cuenta de que era él desde el comienzo. Lo vio cruzando la calle con su andar musical, gastado pero armónico. Aquel cabello blanco ralo, despeinado por la brisa primaveral, lo hacía parecer un pintor de Montmartre despistado en busca de inspiración; su calva manchada a goterones de edad y sus ojos vestidos de tiempo y golpes no le impidieron a Soledad reconocerlo, porque no le había identificado desde los ojos, sino desde el alma. Llevaba la mirada ausente y los pasos cansados de pisar la nada. Al verlo, Soledad no fue capaz de pronunciar su nombre, por miedo a que no fuera, a que no se girara; por miedo a espantarlo con su vejez sin brillo. Aplazó hasta última hora lo que tanto ahínco había buscado: el encuentro.
Decidió observarlo algunos días antes de acercarse a él. Cada mañana se sentaba en los bancos del paseo del Born, justo enfrente de la portería donde vivía Joan Dolgut, envuelta en su abrigo de paño azul marino, con su bolsito de cocodrilo descansando en su regazo y su bolsa de migas de pan arremolinando gorriones [...]
Una tarde perfumada a pan y vida, Soledad Urdaneta entró en la panadería. El horno humeaba vapores de trigo y Joan Dolgut había entrado a pedir su baguette. Se quedó paralizada al oírlo. Aquella voz conservaba los acordes templados de la juventud. Las cataratas que padecía no le impidieron a Soledad sumergirse en los ojos de Joan hasya ahogarse en el verde selvático de su mirada sin tiempo. Pero Joan la había visto sin verla, como si fuese una transeúnte más de la vida, una mujer que venía a por al pan de la tarde para la soledad de la noche. No la reconoció porque no la esperaba. La Soledad Urdaneta que guardaba en la retina de su alma era una niña fresca y cantarina, olorosa a rosas silvestres y a perfumes de alegría, y eso estaba tan en el fondo de sus dolores que ya prácticamente no existía. Por eso cuando ella lo miró, no supo devolverle la mirada. Había olvidad cómo se acariciaba el alma desde los ojos. Tuvo que buscar y rebuscar en el fondo de sus recuerdos para vestirse de encuentro.
-¿Joan...?-preguntó Soledad con su acento más dulce. Aún conservaba aquella cadencia inconfundible de niña colombiana.
Él la miró con ojos mudos, recorriendo en un instante la distancia de siglos que lo había separado de aquella voz de ángel, saltando por encima de los años, de los veranos muertos, de las sombras del olvido...
-¿Soledad...?"

1 comentario:

  1. Jajajja me encanta! Me pasaré más por este nuevo blog!!!!! XD
    Escribes genial!!!!

    ResponderEliminar